¿Qué pensamos cuando hablamos de decepción?



Irónicamente la indolencia del destino siempre ha sido una inverosímil tentativa de personificar un esfuerzo vacuo de solemnidad, inédita e insignificante; la vivimos día a día, respiramos cada palabra de esa frase, intentando hacerla nuestra, intentando comprender lo que sucede.

Intentamos sacar respuestas del fondo de una botella, de suspiros incontrolables, de abrazos desesperados y aún así, sabiendo que no hay otra alternativa, nos aferramos a las ilusiones.

Luego, cuando estamos cayendo en derrota, queremos escapar de nuestro pasado, desprendiéndonos de lo material, de nuestros pensamientos, de cada pedacito de nuestros recuerdos, de unas simples palabras. Pero, ¿ciertamente logramos deshacernos de todo aquello? Cómo podríamos hacerlo, si es lo que somos, es lo que nos pertenece, es parte de nuestra vida.

Siempre hemos querido superar ese sentimiento aterrador de esa soledad asfixiante que se apodera de nosotros, como si trepara por nuestros recuerdos e intentara acabar con lo poco que nos queda. 

Pero esa batalla está perdida y eso lo sabemos; siempre quedamos desamparados, a merced de la nuestra sombra como única compañera..., los títulos comienzan a escasearse y nadie se detiene a indagar en qué repercute tal situación.

Entonces el cruel vodevil comienza, nuestras lágrimas se apoderan de lo que somos y cada palabra es un la aguja en nuestra alma.

Aún así, aunque estemos destruidos, aunque ya no tengamos nada a qué aferrarnos, seguimos vivos, y eso es lo divertido, eso es lo doloroso...,  esa es la vida, una constante que llamamos decepción, o en otras ocasiones, éxito.




A veces contamos historias, otras unas cuantas líneas y en ocasiones sólo  hay silencio.



Me casé de caminar detrás de las paredes, 
De ser una sombra social, 
De ser el silencio que abarca las inconformidades explícitas de mi propio ser; 
Por eso, he cambiado.


Notas


Porque todos, en algún momento, planeamos nuestra muerte.



Un día por la mañana le abracé fuertemente,
Porque moría por hacerlo,
Y entonces me aferré a mis ilusiones,
Y sólo pensaba en verle en mi hora libre,
Y garabateaba en los márgenes de mis libretas,
Y compartíamos la hora de la comida,
Y sabía que existíamos,
Y llegaba la hora de salida,
Pero no nos despedíamos,
Porque sabíamos que nos volveríamos a ver.

Un día al medio día le tomé la mano con fuerza,
Porque sabía que le quería,
Y entonces me aferré a su seguridad,
Y sus sonrisas me hacían sentir completo,
Y esperaba el tiempo indicado para estar solos,
Y sólo podía suspirar al pensarle,
Y llegaba la hora de irnos,
Pero nos costaba despedirnos,
Porque nos queríamos realmente, y eso era todo.

Un día por la tarde la miré con un temor inexplicable,
Porque todos cambiamos,
Y entonces me aferré a sus mentiras,
Y sus palabras me hacían pensar en su verdad,
Y ya no nos veíamos con frecuencia,
Y sus labios sabían distinto,
Y ya no estábamos presente,
Y entonces nos marchamos,
Pero no se despidió aunque yo sí lo hice,
Porque todo era distinto, y eso me hacía entristecer.

Un día por la noche mis suspiros eran mis plegarias,
Porque sabía que no le recuperaría
Y mi piel sólo pensaba en sus caricias,
Y su reír era lo único que recordaba,
Y ya no le volvería a ver,
Y no recordaba el sabor de sus labios,
Y el café ya no hacía efecto,
Y sólo quedó una caja de condones a medio usar,
Y ya no había un nosotros, un yo o un él,
Y entonces me aferré a mi muerte,
Y gasté lo que me quedaba en una pluma de su color favorito y algunas píldoras,
Y entonces escribí mi ausencia,
Pero sólo me despedí de lo que eras, de tu pasado, nuestro pasado,
Porque así lo tenía planeado, y nadie merecía esa carta, así que la rompí.

Un día al amanecer me tomé las píldoras...


Letras confusas