Final


—Una copa, quizás dos, mejor tres, sí, tres copas de vino me despejarán la mente —dije mientras caminaba al refrigerador—. ¿Deseas algo?
—Lo siento, lo que deseo no puedes entregármelo —se miró las manos un poco apenada—.

El frío tenue se apoderó de mis coyunturas, mis manos estaban frías como un témpano de hielo, esa sensación sólo me hacía pensar en lo que sucedería más adelante. Me embriagaré, de eso no tengo duda. El dulzor del vino entraba en mi garganta haciéndome vibrar ¿cómo podía agradarme tanto este brebaje? Pues, antes lo odiaba, pero ella me enseñó a beberlo.

—¿Podríamos conversar sobre lo sucedido? —me espetó mientras me sacaba de mi ensimismamiento.
—¿No está todo claro ya?
—Vamos —su voz se engruesó de manera escalofriante, pero aún así la melancolía la dominaba—, quiero saber si esto llegará a su fin, si nuestro camino juntos llegará hasta aquí, si todo lo que soñamos se vendrá abajo, si el mañana me deparará tu lejanía.
 
No sabía que decir, mis manos comenzaron a tambalearse, estaba perdiendo el control. ¿Cómo era posible olvidarse de todo aquello? Simplemente no lo era, no lo había olvidado, no podían desvanecerse esos maravillosos recuerdos, pero eso era todo, simples recuerdos. No sabía lo que significaba "amar", jamás lo he entendido y ella, por el contrario, tenía una idea clara de lo que esa palabra significaba. Yo no quería hacerle daño.

—Creo que... sería mejor —mis palabras se entrecortaban, me faltaba la respiración—... si dejáramos todo lo ocurrido... tenemos que emprender un nuevo comienzo.
—¿Juntos? —sus mejillas se enrojecieron y un destello de esperanza se avistó en su mirada.
—No me refería a eso, mi querida.

El silencio, como siempre, sabía apoderarse del ambiente, ya era monótona esta situación, últimamente sólo discutíamos y eso, eso me tenía fuera de lugar, sentía algo de culpa por lo que ella estaba pasando y la única manera, la única manera sería...

—Entonces, a eso te refieres— dijo con lágrimas entre los ojos—. Todo culminará. Desaparecerás de mi vida como si no hubiese sucedido nada. No entiendo lo que sucede, pero intentaré hacerlo. Malditos ocho segundos... Sí, sólo bastan ocho segundos para caer enamorado frente a alguien; poco tiempo para comenzar un sufrimiento indefinido, ¿no lo crees?

Algo ocurría dentro de mi, una sensación extraña estaba transcurriendo por mi cuerpo, se adueñaba de mi mente, de mi corazón. Luego de una pequeña pausa continuó:

>>Está bien, siempre lo está ¿no? Estoy harta de ser siempre la ilusa, de querer más de lo que debería, de esperar hasta que ya no quede nada más que hacer. De llorar cántaros de penurias y añoranzas. Ya no más, ya basta. 

—Sólo no quiero herirte, no te merezco, no soy los suficiente —le refuté e intenté tomarla entre mis manos, pero ella me empujó con fuerza y dejé caer la copa.
— Ya me has herido, debiste haber pensado todo éso antes de decir "te quiero", antes de proponer estar a mi lado; tus promesas, tus palabras, todo era falso. Te quedarás solo, con una copa rota y un nido de desesperanza.
 
Sabía que todo estaba mal, ella no era la misma persona de hace unos segundos. Estaba herida y eso me agobiaba a tal punto que no sabía que hacer para remendar lo que estaba pasando. Unas palabras se escaparon de mis labios, intentando buscar un ápice de compasión, una pizca del pasado y aferrarme a él:

—Aún... te quiero.


"Quizás, si esas lágrimas no hubiesen brotado de mi corazón. Si esos sentimientos no hubiesen escapado, aún te seguiría queriendo". Esas fueron sus últimas palabras mientras escapaba de mi vida.

Decisiones

Aquellos labios con cianuro que eran de mi fascinación... Tan sólo por poco los hubiese besado, tan sólo por poco hubiésemos muerto juntos.


El café se había enfriado y el libro que tenía entre mis manos ya no me entretenía. Había transcurrido un tiempo razonable, pero aún no hacía presencia. El tiempo, siempre discutía conmigo, no me hacía caso alguno y habitualmente se encontraba en mi contra ¿qué tan testarudo puede llegar a ser? Eso ya no importaba, sólo podía pensar en su cabello crespo entre mi rostro, esos largos y oscuros risos vagando entre mis manos, sus risas recorriendo los pasillos, sus mirada seductora persuadiéndome cada vez más y más.

Día nublado, no tan distinto como cualquier otro; dejé de observar el cielo, lo único que hacia era deprimirme. Sólo le tendría a ella a mi lado para hacerme compañía si en algún momento llegaba, claro. Siempre me ha disgustado esperar, mi impaciencia me caracterizaba, pero por ella esperaría el tiempo que fuese.

Bajé de mi cama y me asomé por la ventana que daba hacia el pórtico, nada. ¿Dónde se había metido? Nunca llegaba tan tarde, normalmente era yo el que se retardaba. Busqué el móvil con esperanza de que alguno sus mensajes estuviesen en él, explicando su demora o su inasistencia, pero sólo lo encontré como yo, vacío.

El silencio me aturdía más de lo habitual, bajé para esperarla afuera, así escucharía el cantar del viento que quizás lo único que podría indicar es que se acercaba una tormenta. Quizás debí haber estado fuera desde un comienzo, quizás debimos habernos visto lo más pronto posible en vez de evadir nuestro problemas, pero ya era tarde, siempre lo era.

La puerta ya estaba abierta de par en par, y ella estaba en el suelo, sin vida. Los labios eran de un color grisáceo, muy similar al del cielo, sus ojos con las pupilas dilatadas, tanto que ya no podía avistar la miel que ellos contenían. ¿Qué había ocurrido? Nada tenía sentido.

Me agaché para tomarla entre mis brazos y al hacerlo algo se desprendió de su mano; una botella con un escrito pegado en ella. La cogí entre mis manos para examinarla, era pequeña, sólo podría contener un trago tan corto como para una persona. Su etiqueta decía lo siguiente: "¿Juntos por siempre?"

Entonces mi mundo se vino abajo, una nota devastadora. Las últimas palabras que tuvimos fueron esas, ella lo gritó mientras yo me alejaba furioso después de haber discutido hace algunas semanas. 

Volví mi vista a ella, por la conmoción no había detallado la comisura de sus labios. Tenían un polvo blanco en ellos; era un hecho que eso la había asesinado, o utilizando los términos correctos, con eso se había suicidado. Si tan sólo me hubiera devuelto a consolarla, pero ya no había vuelta atrás, ahora la decisión era mía.

Recuerdos, sólo eso era lo que corría por mis mejillas, sentimientos resquebrajados por una tragedia inesperada. Un encuentro con un ángel el cual acaba de fallecer a causa de un demonio. Fijé la vista nuevamente en aquellos encantadores gemelos; quizás la poca cordura que conservaba había desaparecido, quizás mi visión me jugaba una broma de mal gusto... sólo veía en sus labios unas palabras que no eran inusuales para mi; sí, en ellos estaba escrito lo siguiente: "Esperanza".


Sus labios

Una sonrisa, una caricia, una mirada, un sueño. Sólo eso pasó por mi mente cuando todo aquello ocurrió.



La primera vez que me preguntaste en qué pensaba, era muy evidente. Veía tus labios, esa fina comisura que definía grandes manjares que algún día querría poseer, sólo los deleitaba, pero me descubriste en el proceso. Entonces sonreí y pensé "¿Por qué no me besa ya? ¿Qué es lo que espera?" El deseo cada vez se intensificaba más, y para mi, era desesperante.

Luego analicé la situación más a fondo, no es el momento pensé. ¿Pero cuándo será? No puedo aguantar mucho ese martirio; soy muy impaciente y más aún en esa circunstancia. Sólo podía ver sus ojos, intentando descifrar el porqué de lo que estaba pasando, pero era inútil  siempre lo era; era diferente, interesante y eso me gustaba más de lo que temía.

Mis mejillas se enrojecieron dejando al descubierto esos grandes deseos, mis grandes anhelos, pero me cubrí el rostro con su sweater mientras sonreía como cualquier idiota; no notó lo sucedido.

El olor a bosque se acentuaba, el ambiente se hacía más pesado, sólo la lujuria era visible, y eso es algo que ni yo podría ocultar, ya era tarde, estaba perdido, completamente cautivado, me había capturado con su hechizo.

Una chispa de picardía se asomó en su interior, sí, podía ver sus intenciones, podía leer sus espejos del alma. Entonces ya estaba perdido, fue más rápido de lo pensado, un beso tan fugaz como la luz, tan irreal como un sueño pero tan dulce, más dulce que cualquier caramelo.

El mundo desapreció en un instante y sólo quedamos nosotros, el cariño y nuestros sueños.

Sólo un escritor

Entonces escribí grandes historias, historias que protagonizo pero donde no estoy presente.


La palabra escritor es sinónimo de audacia, de imaginación, pero también es sinónimo de soledad. Por su gran sabiduría sólo él sabe que la soledad es la mejor compañera, pero que al final del relato, terminará destruyéndolo; él terminará deseando entrar en sus historias, vivir aquellas experiencias que tanto deseó pero no cumplió, y que ahora están plasmadas en papel.

Siempre que tengamos deseos, entonces habrá escritura. Siempre que piense en sus más grandes anhelos, lo tendrá en su imaginación y acto seguido en un papel, para así no olvidarlo jamás, para haberlo obtenido sin que así fuese.

En todos mis relatos escribo sobre un amor imposible, aquel amor perfecto que todos deseamos, no importa su estatura, color de piel o cabello, ni qué tan maravillosos sean sus ojos, el alma del personaje seguirá siempre ahí. La chica que tanto quise pero nunca tuve, y el chico que siempre deseé ser pero jamás fui.

Sin importar la historia, sin importar el final, sólo somos ella y yo. Dos personas que nacen de la realidad pero viven en un cuento inexistente, ya que es la única manera de que estén juntos, de que su amor pueda subsistir

El público siempre ha sido el mejor crítico de todos, despiadado, perverso, bárbaro. Lo que ellos no saben es que esperan leer algo que se asemeje a sus pensamiento, quizás a sus historias, pero aún así siempre tienen el mismo objetivo, sentirse identificados con plenitud.

Por esa misma razón el escritor no debería escribir para el público, debería escribir para él mismo, relatarnos sus grandes proezas, sus extraordinarias crónicas y fascinarnos con las grandes hazañas que su alma quiere expresar.

Letras confusas