Por una pizca de orgullo.


Si tan sólo quizás...


      Un día lluvioso como cualquier otro, todos estaban emocionados por mi llegada. Los días en el campamento fueron un tanto tortuosos, aunque conocía a muchas personas, estar lejos de ella me disgustaba de sobre manera. Caminé entre el bullicio con una sonrisa forjada, aún buscando el rostro que tanto ansiaba encontrar; sin éxito me di por vencido.
Pensar en que aquella persona que tanto aprecias no está presente para recibirte, pensar en que sólo aceptaste que organizaran la bienvenida para verle ahí entra la multitud, para abrazarle y decirle cuanto le quieres. La decepción se apoderó de mi mente.

Habían pasado unas horas desde que llegué a la reunión, estaba agotado y un tanto afligido, deseaba irme. Todos se estaban se estaban retirando y entonces recibí una llamada al móvil, le ignoré y me subí en el auto intentando huir de ese lugar lo más rápido posible.

Eran 110km/h, una velocidad un tanto elevada. La música a un volumen moderado, las risas eran jocosas y subidas de tono, todo iba excelente o eso creíamos. Un auto se integró en la vía de manera repentina –uno de gran tamaño por lo poco que pude denotar–, se dirigió con gran agilidad hacia el asiento donde me encontraba, las risas cesaron momentáneamente, un grito ahogado se asomó en mi garganta, estaba completamente atónito; entonces entendí que era muy tarde. No hay tiempo.

Mi orgullo y resentimiento hicieron de las suyas, todo acabó. Me distanciaron de lo que tanto quería, me arrebataron sin compasión lo que en algún momento tuve. Si quizás hubiera atendido esa llamada aún estuviese a su lado.

Letras confusas